Existen comportamientos y actitudes que vienen de generación en generación y que han marcado una pauta cultural en la crianza y desarrollo de la persona. Entre esos comportamientos culturales está el no demostrar emociones negativas frente a los menores de edad. Si bien es cierto que en la medida de lo posible un niño debe crecer y desarrollarse en espacios felices, que le proporcionen seguridad y confianza, para así lograr un desarrollo correcto y equilibrado del “ser”. Sin embargo, según recientes estudios psicológicos, dicho concepto de adquirido hace años, podría estar equivocado.
Aunque muchos padres no lo perciben, los niños desde edades tempranas aprenden a captar los estados emocionales de sus padres, sobre todo el estrés, tristeza y miedo. Aspectos como fruncir el ceño, el tono de voz y hasta el olor corporal, permiten a un niño identificar cuando su papá o mamá están de buen ánimo o no. De esta manera si los padres mantienen un constante estrés, los bebés y niños también se verán estresados.
Esto se conoce como la sintonía emocional, el cual es un mecanismo especialmente de los bebes que les permite identificar qué de su entorno no anda bien, al ser tan pequeños desarrollan una conexión en confiar en sus padres para saberlo. Con el crecimiento y paso de los años, aquella sintonía emocional será la clave para generar un apego a relacionar e identificar los diferentes estímulos que haya a su alrededor.
Desde este punto podría afirmarse entonces que pensar en reprimir las emociones negativas a los niños y potencializar a las positivas creyendo que es la mejor opción para que aprendan del equilibrio entre ambas. Sin embargo, el correcto modelo emocional consiste en no reprimir ciertas emociones y falsear otras, sino todo lo contrario ser asertivos y saber gestionarlas positivamente.
Psicólogos de la Universidad de Toronto realizaron un experimento a más de 100 familias para poder identificar patrones y descubrir las diferentes estrategias que usaban los padres en frente de sus hijos y cómo dichos comportamientos determinaban su bienestar y comportamiento. Este estudio les permitió darse cuenta que al momento de las emociones negativas era habitual reprimirlas a sus hijos, generando así una relación frágil y con afectación en la capacidad de atender las necesidades de los pequeños.
Reprimir las emociones y sentimientos es una labor agotadora y exigente desde el punto de vista cognitivo y emocional, ya que genera un desgate en los pares ante las emociones reales y esto trae como consecuencia una desconexión con sus hijos. Ahora bien, el exagerar también las emociones positivas buscando generar seguridad, tranquilidad e inteligencia, tampoco es una buena estrategia, el motivo: los niños logran identificar la inconsistencia entre las palabras y los gestos, haciendo que relacionen dichas actitudes “positivas” como incoherencias.
De esta manera, esconder las emociones negativas y exagerar las positivas generan consecuencias a largo plazo ya que, si los niños notan poca autenticidad y verdad en sus propios padres perderán la confianza ellos. Esto generará también que no aprendan a gestionar se maneta asertiva sus estados de ánimo y todo lo relacionado con la inteligencia emocional.
Aunque para muchas personas, romper con esa patrón o modelo establecido en generaciones no es tarea fácil, es importante comenzar a identificar que expresar las emociones abiertamente supone un reto que contribuirá a un correcto desarrollo socio-afectivo de sus hijos con el entorno que los rodea. Claro está que esto no significa tener que cargar sobre los hombros de los niños responsabilidades ni preocupaciones adultas.
Las emociones “negativas” no son el enemigo, debemos tenerlo claro; siempre será pero que un niño identifique que su mamá o papá están triste, pero que intentan ocultárselo. En cambio, si lo expresan asertivamente y explican que es un sentimiento normal generar un lazo de mayor confianza y receptividad ante esa futura emoción.
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